domingo, 17 de mayo de 2020

Una de bares




“Bares, qué lugares tan gratos para conversar…” decía la canción.
            Un nuevo día soleado en mi ciudad; un nuevo día confinado entre pocas paredes aunque nos quieran hacer creer que hoy es mejor que ayer pero menos que mañana.
            El caso es que asomo la barbilla por la barandilla de siempre y echando un vistazo a la calle, veo a gentes andar, correr o intentar correr andando. Y allí, cerrada a cal y canto, una persiana metálica con graffitis a caballo entre un Mazinger Z y vete tú a saber qué cosa.
            La persiana del bar de siempre que algo más de dos meses atrás, recibía clientes que en mayor o más bien en menor medida, acudían a su barra a beber, oír, ver y pocas veces callar.
            Hoy ese bar, ese local de encuentro, sigue cerrado a cal y canto. No es el único aunque seguramente, de futuro incierto a la hora de descorrer puertas, servir mesas o colocar sombrillas.
Dejé de ser uno de sus clientes habituales hace ya mucho tiempo, pero barrunto desde hace ya algunos días la idea de celebrar si es posible mi primera cerveza fuera de casa en ese bar a cuatro pasos de mí.
Me mueve quizás el sentimiento de barrio, de cercanía, de caras conocidas, de historia a caballo entre dos siglos, no sé. Pero si Dios quiere y espero que tenga a bien, ojalá antes o después logre ver las caras de siempre en él y poder brindar en su barra con una jarra enorme de cerveza entre las manos, primero por la salud, después por quien dejó el camino de la vida y por último por un futuro lleno al menos de esperanza.




lunes, 4 de mayo de 2020

El calcetín


Cuarentenas, confinamientos, alarmas y un calcetín. Sí, un calcetín que asoma al escapar del zapato que dejo en la entrada de casa al regresar de mi corta y habitual salida con mi amigo de cuatro patas.
Un calcetín en cuyo extremo se hace presente un hermoso “tomate” de temporada.
Curiosamente, al verlo, sonreí. No era la primera vez que veía un agujero así, pero me llamó la atención no apercibirme al ponérmelo.
De repente, pensé en España y en todo lo que ha sucedido en los últimos dos meses y mi mente se nubló de oscuros presagios.
Un simple e inapreciable a ojos vista virus, ha dado la vuelta a este país como si de un calcetín se tratara. Ese país que hasta la llegada del intruso vivía una vida tan different como siempre nos han catalogado de fronteras para afuera, se convirtió casi de la noche a la mañana en una sombra de sí misma.
Calles solitarias, noticias de muertes, de negocios cerrados, de empleos finiquitados, de brindis de puertas para adentro, de miedos en las miradas ocultas bajo mascarillas multicolores y una interrogante con demasiado peso sobre nuestros hombros, han hecho de mi país un calcetín roto no sólo en su extremo sino que quizás también en todos sus talones de Aquiles.
Nos hemos quedado sin línea de flotación y para demasiadas personas, sin apenas esperanza por recuperar lo que de golpe perdió.
 Quizás aún no nos hayamos dado cuenta de verdad y disimulemos miedos y realidades en calles compartidas aún por demasiados virus atacando a demasiadas gentes jugando a pelotas, bicis o simples caminantes sin hacer camino al andar.
Y lo que me causa cierto pavor, es sospechar por palabras, obras u omisiones, que aquel o aquellos que en esta situación debieran ser manos maestras que zurzieran el agujero negro de ese gran calcetín llamado España, lo dejarán inútil para calzar nuevos pies color esperanza.