domingo, 19 de julio de 2020

Paddock

Con dos meses de retraso por esta maldita pandemia que todo lo trastoca, por fin a la hora acordada del día fijado, conduje el coche a la I.T.V. habitual mediante el sistema de cita previa, que hacía más de un mes gestioné a través de la web oficial.
Al llegar allí a eso de las 10:15 de una mañana calurosamente radiante, me encontré a la cola de una larga fila de automóviles.
¡Esto va para largo, pensé! Y con ese pensamiento me dirigí a las oficinas con la documentación en mano, la cartera preparada y a la espera de las indicaciones habituales.
Varias cosas cambiaron lógicamente por las medidas de seguridad actuales. Mampara de separación en el mostrador, geles por doquier y una gran falta del cestillo de caramelos que siempre me recibía con el logo de la empresa.
Una operaria recogió mis papeles, los comprobó y me preguntó:
¿Usted tenía fijada la hora de la inspección entre las 10:30 y 10:40 verdad?
Exactamente, contesté yo.
Miró su reloj y con una gran sonrisa me indicó…
Bien, aunque aún son las 10:25h. vamos a realizar ya la inspección de su vehículo. Si es tan amable, espere usted fuera que una persona le acompañará hasta el lugar para realizarla.
¡Qué bien, pensé yo! De algo tenía que servir esto de las citas previas, aunque si soy sincero jamás pensé que fueran más allá de la puntualidad.
Eso no lo presentía; pero lo que verdaderamente me impresionó en esta historia es que una vez fuera esperando a la persona que me tenía que acompañar e indicar, de repente se abriera una puerta y apareciera una mujer de esas que te dejan sin habla más allá de que estuviera o no hablando. Al menos de metro ochenta, larga cabellera rubia, ojos claros y rostro impenetrable en su totalidad por la mascarilla que lo cubría, con cuerpazo de esos de photoshop enfundada en una especie de mono negro completamente ajustado a unas curvas que ni el circuito de Spa Francorchamps.
Esa mujer se dirigió a mí y muy amablemente me preguntó:
Señor Zarco, ¿puede acercar su vehículo y acompañarme, por favor?
Mi primer pensamiento fue: “Hasta el infinito y más allá”; pero al final le contesté el consabido y educado “claro que sí, muchas gracias”.
Conforme me iba acercando a mi automóvil, mentalmente sonreía pensando o más bien divagando por mi afición a la Formula 1. En ese momento, me sentí piloto de carreras rodeado en el paddock de técnicos y alguna de esas modelos que paraguas en mano sólo solemos ver por televisión.
Me acompañó unos metros subida a sus tacones y yo subido a mi bólido y me indicó una entrada por la que aparecería un técnico que sin duda, no sería tan hermoso como ella. Nos despedimos cortésmente deseándonos un feliz día.
Así acabó esta pequeña historia, con mi mujer en el asiento del copiloto y riendo por estos pensamientos que le relaté mientras mi coche era zarandeado, auscultado y aprobado por un operario que dio su visto bueno a un coche y dos personas que comenzaron un feliz día de aniversario en un paddock cualquiera.

martes, 14 de julio de 2020

Tan lejos, tan cerca

      Una mujer de varias décadas no puede contener la emoción al abrir un paquete que sin envoltorio de regalo, lo es.
     Se diría que le pudo la emoción de lo inesperado, de la sorpresa sin más, del detalle de una conjura entre varios para ella sola.
     Observé su reacción, su perplejidad, su alegría y sus recuerdos. No sé qué me impresionó más; o quizás sí.
     Puede que el ver una niña que no conocí y vislumbré entonces en todo su esplendor, fuera lo que más me llamó la atención.
     Supe en ese instante que el objetivo se cumplió aún antes de mostrarse en toda su realidad al ser descubierto. Poco a poco el envoltorio fue abriendo paso a un contenido lleno de futuras miradas a cielos estrellados.
     Un asombro, una exclamación, un éxtasis de alegría mezclados en lágrimas de emoción.

            ¡Un telescopio! gritó a los cuatro vientos de una habitación cerrada.

     Un cartón por allí, unos plásticos de burbujas por allá, una bolsa de lentes, un trípode, tornillos y por fin el largo, negro y hermoso objeto cuya misión no es otra que la de acercar una mirada al abismo del asombro.
     No hicieron falta palabras; con su mirada bastó. Cuando unos ojos ríen de ilusión, no hay más que añadir a la escena.
     La luna la esperará pacientemente para ser descubierta; aquella estrella que se mueve, también; pero hay algo que nunca podrá cambiar:

     La mirada de una niña que siendo grande se hizo pequeña y de un universo tan lejano como cercano para todo aquel que quiera y sepa recrearse en su contemplación.

     

martes, 7 de julio de 2020

80 tacos


Hace la friolera de treinta y cinco años mes arriba mes abajo, un tipo al que sigo conociendo que no es otro que yo mismo, una calurosa mañana mochila caqui al hombro, caminaba somnoliento por el famoso Paseo del Prado de un Madrid tan reconocible como el de ahora.
Su sueño, era comprensible. Acababa de abandonar todo un Cuartel General del Ejército tras tres días de pernocta obligada allí para cumplir con lo estipulado en un compromiso firmado para servir a la Patria.
El trayecto sólo buscaba alcanzar el bus que esperaba en una parada de Atocha y que sin duda me llevaría al hogar dulce hogar.
Era una mañana hermosa, como muy hermosa era la mujer que captó mi atención sentada en una de tantas mesas del típico café-quiosco del Paseo que estaba atravesando.
No sé exactamente si fue su larga cabellera rubia o sus facciones extraordinariamente bellas. El caso es que pensé: “Yo conozco a esa mujer”.
Y efectivamente, la conocía. Incluso supe su nombre y sabía en qué trabajaba. Lo supe, pero no por una mente lucidamente despierta o una memoria fotográfica de cámara réflex, sino porque a su lado se sentaba un hombre por el que yo y millones seguramente como yo, se hubieran cambiado en ese y en otros muchos momentos.
La mujer en cuestión era Barbara Bach (chica Bond para más señas) y su acompañante no era otro que el mismísimo Ringo Starr con su barba y gafas que no podían ocultar su personalidad.
Todo un Beatle en Madrid, todo un baterista del seguramente grupo más famoso de la historia de la música, allí, a escasos metros de un hombre como yo que se crio a biberones escuchando sus músicas y que ha sido fiel admirador de las obras que a 45 o a 33 revoluciones siempre me han acompañado de los cuatro escarabajos de Liverpool.
Recuerdo no dar crédito a esa casualidad del momento, como tampoco daba crédito de unos fortachones por llamarles de alguna forma, que muy cerquita de la pareja en cuestión, preservaban su intimidad de miradas curiosas como la mía.
No me acerqué, más por miedo que vergüenza, pero me quedó un regusto de gloria cuando pensé que vi a una mujer hermosa como pocas y a una leyenda de la música que sigue siendo hoy al cumplir 80 tacos junto a esa misma mujer  que en un día soleado en Madrid captó mi atención.
Felicidades al Sr. Starr y mis respetos a la Señora de Ringo tantos años después.

domingo, 14 de junio de 2020

Al mal tiempo...

Tres meses de confinamiento más o menos estricto, dan para mucho. Teníamos todos varias opciones para sobrellevar mejor o peor estos días de obligado encierro. Unos leyendo, otros bailando, otros peliculeando o simplemente holgazaneando que también de vez en cuando se puede convertir en un sano ejercicio siempre que no abusemos de él.
Particularmente, me enganché a series de terror, fantásticas, fantásticamente divertidas o simplemente de esas que te hacen pensar; también comencé a cabalgar por segunda vez con el ingenioso hidalgo y su no menos singular escudero, aunque me quedé en algún terreno de un lugar de la Mancha de cuyo nombre ahora mismo yo tampoco me acuerdo.
La música, como siempre, no dejó de acompañarme en estos ya más de noventa días. Algún descubrimiento rockero con retraso y algún otro realmente sorprendente.
Pero lo que no podía ni por asomo imaginar, era que me engancharía a un programa o espacio que desde hace ya varios domingos a eso de las seis de la tarde a través de Instagram, nos habla de meteorologías, cambios climáticos, climas extremos, llamaradas solares, huracanes, corales que pierden su color, lugares inimaginables y mil y una historias que siendo de ciencias, me suenan a historias de buenas letras escritas de esas que te hacen prestar atención de pe a pa.
La culpa de todo esto y mi “conversión” a ese mundo del que yo sólo alcanzaba a descifrar como mucho bajas o altas presiones y poco más, la tienen dos mujeres.
Primero, mi santa esposa que un día me habló de cierta meteoróloga a la que seguía en las redes y de la cual estaba aprendiendo muchísimo y con la que estaba encantada por su forma de exponer el tema de ese día.
Y en segundo lugar, la propia meteoróloga que ha conseguido en poco tiempo que en mi móvil suene una alarma dominical a eso de las diecisiete cincuenta y cinco para conectarme a su espacio.
De nombre Mar Gómez, la describiría como una mujer guapa de esas de ojos color indescifrable y una sonrisa que sabes que no esconden nada que no sea naturalidad. Como diríamos coloquialmente, una persona que transmite muy buen rollo.
Su simpatía, indudable; su programa, muy ameno; sus conocimientos, fuera de duda; su memoria, para mí la quisiera y su interactividad con los seguidores, total. Añadamos a todo esto todo lo que casi sin darnos cuenta estamos aprendiendo y el cóctel nos da una mezcla tremendamente atrayente.
Mi memoria de pez globo me impide conservar durante mucho tiempo lo aprendido, pero siempre me queda el pensamiento de que durante una hora, gentes de vete tú a saber dónde, hemos permanecido en cierto modo atentos y unidos gracias a esta mujer que ha sabido poner en estos malos tiempos una buena cara.

*Con todo mi apoyo y agradecimiento a Mar Gómez por dedicar una parte de su tiempo al noble arte de hacernos la vida un poquito mejor con sus conocimientos y gran simpatía. Gracias

*Si queréis contrastar lo que aquí cuento, los domingos a las 18:00h. todos podemos citarnos en la red:

                 Instagram: @margomezh  
                                   Web: https://www.margomez.com/

miércoles, 3 de junio de 2020

Insolidarios


Mes de junio, sol en las calles y un sentimiento contradictorio. Debiera estar contento, debiera estar feliz, pero mi sonrisa no aparece y quizás tarde mucho en dibujarse en plenitud.
Salgo a la calle a pasear los lugares de siempre y me doy cuenta que ya no son los mismos para estos ojos que siendo míos, no miran igual.
Las calles, no cambiaron; los comercios siguen siendo los mismos aunque sus accesos sean controlados por cintas, personas o letreros de seguridad.
¿Y las personas?
Las personas son muchas; a pie y a caballo de bares donde las cervezas se cuentan por cientos en abarrotadas mesas de gentes alegres. Sí, alegres, porque alegre es quien ríe, alegre es quien bebe a medio metro del colega, del familiar, de un ligue o vete tú a saber de quién.
Y entonces mi mente recuerda y mi corazón se encoge. No doy crédito al presente siendo tan cercano un pasado tan terrible.
¿Dónde quedó el horror? ¿Dónde los miles de muertos en soledad? ¿Dónde los silencios del miedo a lo desconocido que no podemos ver ni tocar?
Da lo mismo el número que acompañe a la fase cuando de desfases y desfasados absolutos hablamos.
No merecemos muchos los esfuerzos realizados, las penurias vividas, las ausencias obligadas y el miedo a la muerte colgada en la comisura de los labios para que ahora, hoy, otras gentes enfundadas en inconsciencia, insolidaridad, botellones, botellines y risas, nos hagan o nos quieran hacer creer que todo esto fue un mal sueño.
La juventud no es excusa como tampoco lo es el adulto que protege su barbilla olvidando nariz y boca para comentar las mejores jugadas a quien le quiera escuchar.
De los sueños, se despierta; de la muerte, en este mundo, ya no. Y son miles de familias rotas, son miles de personas que con muchos o pocos años a sus espaldas, ahora son sólo un recuerdo por el que muchos de estos inconscientes brindan al sol que más les calienta.
Como objetivo principal, las vacaciones; dónde seguir la fiesta; qué arena, agua y sombrilla nos cobijará cuando el calor apriete.
De nada habrán servido las lágrimas vertidas, ni los miedos que acecharon. El muerto al hoyo y muchos vivos donde la chulería les lleve, porque para chulos, ellos.
¿Y los demás? Los recuperados con secuelas, los que quizás enfermaron y nunca lo supieron y en general aquellos que agradecemos primeramente seguir vivos, pues quizás ocupemos el tiempo libre en nuestra terraza a varios metros del suelo, en terreno seguro al cobijo del hogar y de una cerveza que también sin duda abriré brindando al cielo por mí, por todos mis compañeros y por quienes en el silencio de la ausencia también estarán presentes.
No hace mucho una amiga me preguntaba si pensaba que algo sería como antes. En principio, le dije que no. Pero meditando, me doy cuenta que desgraciadamente, al menos la inconsciencia de bastantes que viven de espaldas a la realidad, sí.
Y eso, lo pagamos todos en una factura demasiado cara para el bien común.




domingo, 17 de mayo de 2020

Una de bares




“Bares, qué lugares tan gratos para conversar…” decía la canción.
            Un nuevo día soleado en mi ciudad; un nuevo día confinado entre pocas paredes aunque nos quieran hacer creer que hoy es mejor que ayer pero menos que mañana.
            El caso es que asomo la barbilla por la barandilla de siempre y echando un vistazo a la calle, veo a gentes andar, correr o intentar correr andando. Y allí, cerrada a cal y canto, una persiana metálica con graffitis a caballo entre un Mazinger Z y vete tú a saber qué cosa.
            La persiana del bar de siempre que algo más de dos meses atrás, recibía clientes que en mayor o más bien en menor medida, acudían a su barra a beber, oír, ver y pocas veces callar.
            Hoy ese bar, ese local de encuentro, sigue cerrado a cal y canto. No es el único aunque seguramente, de futuro incierto a la hora de descorrer puertas, servir mesas o colocar sombrillas.
Dejé de ser uno de sus clientes habituales hace ya mucho tiempo, pero barrunto desde hace ya algunos días la idea de celebrar si es posible mi primera cerveza fuera de casa en ese bar a cuatro pasos de mí.
Me mueve quizás el sentimiento de barrio, de cercanía, de caras conocidas, de historia a caballo entre dos siglos, no sé. Pero si Dios quiere y espero que tenga a bien, ojalá antes o después logre ver las caras de siempre en él y poder brindar en su barra con una jarra enorme de cerveza entre las manos, primero por la salud, después por quien dejó el camino de la vida y por último por un futuro lleno al menos de esperanza.




lunes, 4 de mayo de 2020

El calcetín


Cuarentenas, confinamientos, alarmas y un calcetín. Sí, un calcetín que asoma al escapar del zapato que dejo en la entrada de casa al regresar de mi corta y habitual salida con mi amigo de cuatro patas.
Un calcetín en cuyo extremo se hace presente un hermoso “tomate” de temporada.
Curiosamente, al verlo, sonreí. No era la primera vez que veía un agujero así, pero me llamó la atención no apercibirme al ponérmelo.
De repente, pensé en España y en todo lo que ha sucedido en los últimos dos meses y mi mente se nubló de oscuros presagios.
Un simple e inapreciable a ojos vista virus, ha dado la vuelta a este país como si de un calcetín se tratara. Ese país que hasta la llegada del intruso vivía una vida tan different como siempre nos han catalogado de fronteras para afuera, se convirtió casi de la noche a la mañana en una sombra de sí misma.
Calles solitarias, noticias de muertes, de negocios cerrados, de empleos finiquitados, de brindis de puertas para adentro, de miedos en las miradas ocultas bajo mascarillas multicolores y una interrogante con demasiado peso sobre nuestros hombros, han hecho de mi país un calcetín roto no sólo en su extremo sino que quizás también en todos sus talones de Aquiles.
Nos hemos quedado sin línea de flotación y para demasiadas personas, sin apenas esperanza por recuperar lo que de golpe perdió.
 Quizás aún no nos hayamos dado cuenta de verdad y disimulemos miedos y realidades en calles compartidas aún por demasiados virus atacando a demasiadas gentes jugando a pelotas, bicis o simples caminantes sin hacer camino al andar.
Y lo que me causa cierto pavor, es sospechar por palabras, obras u omisiones, que aquel o aquellos que en esta situación debieran ser manos maestras que zurzieran el agujero negro de ese gran calcetín llamado España, lo dejarán inútil para calzar nuevos pies color esperanza.

domingo, 19 de abril de 2020

El taxista



La estrella es símbolo de honor en militares o de suerte para quienes la tienen buena o nacen con ella. La suerte, hay que buscarla para encontrarla y el honor suele ser innato en quien lo posee.
Hoy hablaré de un hombre grande; en apariencia como de dos metros. Pudiera ser tan largo como un día sin pan aunque no me fijaré en su apariencia externa, sino en su interior. Un trabajador de la calle; de calle, carretera y manta. Uno de esos hombres que miden lo ganado por lo indicado en el salpicadero de su coche; de esos que hacen carreras sin competir con nadie y del que poco conocemos que no vaya más allá de alguna conversación desde el asiento de atrás.
Uno de tantos taxistas y a su vez, uno de esos hombres que parecieran de otro tiempo, porque difícil encontrar en un tiempo tan ingrato como el que vivimos, a alguien cuya motivación es la ayuda, el servicio, el trabajo y el préstamo de un corazón que sin duda debe ser tan grande en su cuerpo como el que ha demostrado a muchas manos que le han aplaudido por sus gestos.
No quiso dineros de aquellos con susto en la mirada por una enfermedad que siendo de ida, nunca sabían si podrían regresar.
Le bastaba la satisfacción de las obras grandes que sólo los grandes de corazón saben hacer.
¡Qué enorme lo que haces, amigo taxista! Porque sin conocer tu nombre, ni coincidir seguramente en esta vida, podré llamarte amigo como tantas y tantas personas que debemos reconocer, aplaudir y enorgullecernos sabiendo que por esas calles o esas carreteras de Dios, hay un taxista, un buen hombre que nos hace ver que la verdadera España que sabemos que existe,  también va subida sobre cuatro ruedas.
Una nueva estrella para mi colección.
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martes, 14 de abril de 2020

Simples detalles


     


     Cuando se cumple un mes y un día de confinamiento como si fuera una condena dictada, el día amaneció encapotado pero no por ello diferente a otros tantos que más tarde o más temprano descubrimos por nuestras ventanas.
      Lo habitual, se hace norma y hoy nada hacía presentir que fuera diferente. Me levanto tan tarde como mis ganas me empujan de ese sofá en el que dos habitantes hacemos noche desde hace ya algunas semanas.
      No me echaron por castigo conyugal a dormir en él. Fue un acto de seguridad mutua ante ciertos síntomas que no llegaron a cuajar o si lo hicieron, superamos con más gloria que pena.
      Digo que dormimos dos porque dos somos mi persona y mi perro que no me abandona ni para soñar. Para estar cómodos, yo me hago un ocho mientras él forma un cero a mis pies.
      El sofá para mi gusto muy particular, me resulta incluso anatómicamente cómodo, aunque también debo reconocer que en alguna ocasión, más por culpa mía y de alguna mala postura, amanecí pensando que era anatómico forense.
      Higiene y desayuno habitual para  salir por la puerta uno con la intención de estirar  piernas y el otro para estirar las patas.
      El recorrido es muy corto. Todo lo que pueden dar un par de calles para entrar por una y regresar por la otra.
      El paisaje, nada atrayente. Aceras anchas con sus coches en batería y dando un toque de salvaje naturaleza, una fila de árboles que al menos dan sombra y objetivo de cobijo de aves e inodoro de perros como el mío.
      Sí; mi perro es de esos que levantan la pata trasera para regar troncos. Y no lo hace en uno, no. Debe marcar su territorio en grandes extensiones de árboles.
      Así que debo ir con guantes enfundados, mascarilla al uso y como accesorio, una botella de plástico conteniendo una disolución jabonosa para limpiar las marcas que el can va dejando a su paso.
      Son normas de higiene naturales no ya en estos tiempos de virus, sino siempre. Pero hoy, un simple detalle captó mi atención sin esperarlo.
      En uno de esos árboles cualquiera y después de limpiar con esa disolución el dibujo que mi perro había hecho, al marcharnos, escuché a mis espaldas: “G R A C I A S”
      Volvimos ambos la mirada y no encontramos a nadie. La palabra se repitió y fue entonces cuando vimos tras las rejas de una ventana a una ancianita de mirada dulce.
       “¿Gracias, por qué?” Pregunté yo.
       “ Porque eso que acaba de hacer usted no lo suele hacer casi nadie” contestó ella.
      Reflexioné entonces que mucho menos común es que una buena señora agradezca un gesto cívico en un mundo por desgracia tan incívico. 
       Le devolví las gracias a esta entrañable ancianita y deseándole se cuidara y tuviera un buen día, mi perro no lo sé, pero yo regresé a casa con la dulce sensación de pensar que en simples detalles, la vida aunque sea en estos momentos duros, también puede ser hermosa.



sábado, 11 de abril de 2020

Sara

   


      Como todos los días, de blanco vestía y en una silla de despacho se sentaba. La puerta entreabierta esperando siempre asomara alguien por ella que necesitara de su ayuda.
     Los minutos transcurrían en silencio y una quietud extraña se respiraba en el ambiente, de tal manera, que pensó: “Qué extraño”.
     De su boca, salió una palabra usual en su vocabulario profesional:
     “Siguiente”, dijo ella. Sólo el silencio recibió como respuesta.
     Confundida y extrañada, se levantó para asomar su cabeza a esa estancia que con letrero de Sala de Espera, era compañera fiel.
     La sala, estaba llena. ¿Llena? Sí, pero en completo silencio.
    De repente, alguien se levantó; primero una mano y después la otra, enfrentando ambas e iniciando un tímido aplauso. A ese aplauso, siguieron dos, quince, cien o mil que parecieran millones.
     No daba crédito a lo que veía y escuchaba y en su rostro aparecieron señales de asombro, perplejidad, incredulidad y un atisbo de total incomprensión.
     De entre las manos y los ojos que le aplaudían apareció una señora de mirada serena, belleza sin igual y media sonrisa complaciente.
     Acercándose a ella cogió su mano y con una voz dulce le susurró al oído:
     “No temas y acompáñame”
     Asió su mano y recorrieron un largo pasillo que acababa en una gran puerta de tenues tonos. La abrieron y saliendo a su exterior, ante ellas, un inmenso océano de lo que se asemejaba a una vasta extensión de espesa bruma en los pies.
     Nunca jamás había visto nada que se le pudiera asemejar. No podía ver sus pies y sus rodillas apenas destacaban de esa especie de niebla acogedora.
     “Agáchate un poco y aparta con tus manos todo lo que necesites para ver”, le dijo esa señora recién conocida.
     Dócil y complaciente, así lo hizo. De inmediato, un vértigo recorrió su cuerpo; una sensación de inmensidad se apoderó de ella y tuvo que asirse a los brazos de su nueva amiga, para no caer en el desmayo.
     Sus ojos se abrieron de par en par; su corazón se aceleró queriendo salir del pecho y su respiración se contuvo en un suspiro de asombro.
     Lo que veían sus ojos era la inmensidad de un cielo lleno de blancas nubes y en ese instante se percató que ella misma se sostenía en pie en una de ellas.
     Miró hacia abajo, muy, muy abajo y creyó ver pueblos, campos y ciudades a muchos kilómetros de allí. Pero no fue lo que vio sino lo que escuchó lo que más llamó su atención.
     Un aplauso lejano pero extrañamente familiar, llegó a sus oídos e instintivamente, miró su reloj.        Marcaba las ocho de la tarde y quiso comprender aunque su mente se encontraba dispersa después de tantas emociones.
     “Te aplauden a ti Sara” le dijo esa señora
     “¿A mí?”
     “ Sí, a ti y a muchas personas como tú que con vuestro esfuerzo dais consuelo, ayuda e incluso la vida por los demás”.
     “Pero, pero…” Las palabras querían salir de su boca pero se amontonaban de tal manera que no consiguieron pronunciar nada legible.
     De repente, comenzó a concatenar pensamientos, razones y recuerdos para extrañamente llegar a una conclusión, que aún siendo terrible, no le provocó pavor sino paz.
     Mirando fijamente a los ojos de su nueva amiga, le preguntó:
     ¿Cómo te llamas?
     “María, le respondió; aunque también puedes llamarme Carmen, Macarena, Manjavacas… como a ti te plazca”.
     Los ojos de Sara se abrieron y unas lágrimas de esperanza rodaron por sus mejillas para caer en el abismo existente entre el cielo y la tierra que había dejado. Balbuceando, llegó a preguntar:
     “¿Entonces tú eres…?”
     “Sí” le respondió ELLA
      Y una sonrisa infinita iluminó el rostro de Sara.



*Dedicado especialmente a Sara Bravo López de 28 años de edad, médico de familia en Mota del Cuervo (Cuenca) fallecida por coronavirus el 29 de marzo y a todos los profesionales de cualquier rama que dan su vida por servir a los demás e intentar hacer de éste un mundo más seguro y mejor.

A todos ellos, de corazón, mi aplauso y reconocimiento sin hora fija.

G R A C I A S


                  



El coleccionista de estrellas 11/04/20

miércoles, 8 de abril de 2020

El coleccionista de estrellas 08/04/2020



Me tuve que alejar del mundo y empezar a soñar con los pies colgando de cualquier luna. Esta realidad que nos ata a nuestro entorno, que nos amenaza con un mal invisible que mata antes de morir, hizo de mí un hombre recluido en las cuatro paredes de su pensamiento y de un hogar dulce hogar que ahora es más refugio que dulce por las circunstancias que vivimos en el planeta.
Cifras, cifras y más cifras de infectados, muertos y salvados se agolpaban en la mente de un tipo como yo que siempre fue más de letras que de ciencias. Y de tanto sumar tristezas, restar alegrías, multiplicar soledades y dividir esperanzas, opté por detenerme y pensar:
¿Quién soy? ¿Quién quiero ser? ¿A quién me gustaría parecerme? ¿Dónde se bajó aquel que pisaba charcos y saboreaba piruletas de colores?
Aquel, era el niño que llevo dentro y que atemorizado, llevaba tiempo escondido bajo siete mantas de incertidumbres y malos augurios.
El niño que escribía con tinta roja llena de latidos, pasó a ser el adulto adusto de mirada triste y alegrías enjauladas. Me dije entonces: NO, NO y mil veces NO.
Por mí y por todos mis compañeros, voy a dejar de jugar a ser un adulto de hoy para ser el niño de ayer.
Con esa intención inauguro hoy este rinconcito en el que coleccionaré estrellas brillantes de sentidos pensamientos. Ojalá todos sean alegres con bandas sonoras de esperanza y buenos deseos. Pero alguien dijo una vez que para que una estrella brille, es necesaria también la oscuridad. Quiera Dios, el destino o Peter Pan que no me envuelvan los tonos negros con sabor a duelo y pueda transmitir con mis letras un sentimiento, una media sonrisa o una lágrima de esas que de vez en cuando también los niños saben llorar como nadie en este y en todos los mundos.
Seas quien seas, te conozca o no, me entiendas o me dejes de entender, te doy la bienvenida a mi universo de estrellas con los pies colgando. 



*Como banda sonora de inauguración sin otra razón que ser la primera canción que me vino a la mente, aquí os dejo un pedazo de tema de unos artistas que fueron y serán siempre grandes estrellas.