viernes, 17 de enero de 2025

A ras de suelo

Madrugada en uno de esos lugares cuyo nombre huele a tristezas. El silencio envuelve los sueños de un cansancio que siendo humano, no lo es. 

Miro cuerpos tendidos acompañando a quien sin hablar,lo decía todo con miradas y medias sonrisas.

Su historia se forjó al ritmo de juventudes de otros tiempos y costumbres olvidadas.

Su vida no fue fácil; la enfermedad se cebó en un cuerpo cuyo cerebro fue mal director del resto de su orquesta. Desafinó sus miembros hasta que una vil cama lo abrazó durante más de dieciséis años.

No fue justo en un hombre justo; no mereció nunca una suerte tan esquiva a la fortuna que todos buscamos; pero si existe un Dios y así lo creo fervientemente,  es ese Dios que para las batallas más duras siempre envía a sus mejores soldados.

Y este hombre que hoy se despidió de este mundo, lo era, lo es y lo será eternamente.

Me basta haberle conocido y asombrarme en el recuerdo de quienes más le disfrutaron, para asegurar que por muy duros que han sido estos años, siempre merecieron la pena.

Cinco últimos días de hospital y dentro del dolor intenso de ver como una vida se apaga, poder decir sin lugar a dudas, que se ha marchado firmando como epitafio una horas de orgullo, de esperanza, de fraternidad, de amor, de familia, de abrazos , de mil lágrimas y mil sonrisas con una sucesión de hechos que pareciendo casualidades, nunca lo fueron.

Han sido muchas horas de sala de espera, de cafés de máquina, bocadillos, miedos e incertidumbre.

Pero también han sido particularmente una horas hermosísimas que basadas en una historia de muerte, me han llenado de vida.

Me iré de este lugar donde ahora duerme una familia, con la sensación de que mereció muchísimo velar sus sueños porque sin serlo, me he sentido también un hijo.

Recordaré la entereza de quien siempre ha sido su compañera y un orgullo como hermana; a la rubia que me brindó a bocajarro uno de los pensamientos más hermosos que jamás escuché cuando me confesó que para ella soy como esa "casa" protectora de nuestros juegos infantiles; los abrazos enormes y los besos entre lágrimas de un mecánico de sentimientos intensos adornados de bondad sincera; los miedos de aquella que sufría pensando que su padre quedaba en soledad sin sospechar que jamás un amor grande puede quedar huérfano y como no de aquella otra que compartió conmigo charlas desnudas de tapujos entre pitillos al viento.

A todos, mil gracias porque estando casi a ras del suelo, me habéis regalado una bellísima historia que contar y recordar mientras miro al cielo y veo un Renault 12 verde metalizado conducido por un hombre que se dirige a un lugar llamado Cielo mientras con las ventanillas bajadas se escucha una canción que hablaba de la Madrecita María del Carmen.

A todos, G R A C I A S 

Os quiero



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